Portfolio
Escribir es una puerta al patio de mi infancia. Nada idílico. Es lo sencillo y lo trascendental. Me salva de una vida terca, me muestra algunos colores, me presta alas en momentos de tierra y abre un cielo por encima de mis laberintos.
Escribo con mi tono de voz, mi mirada dolida y la carga que traigo sobre los hombros.
Escribo desde mi lugar seguro: quienes me abrigan y el paso de los años.
Escribo desde el amor que hoy le tengo a esa joven que fui.
Escribo desde palabras resilientes y me perdono.
Escribo con vergüenza, pero sin miedo.
Durante mucho tiempo creí
que debía guardar lo que soy
en un armario...
pero mi armario
estaba tan lleno de prejuicios,
de heridas y de miedos,
que no entraba nada más.
Así que me escribo.
Y escribo para no olvidar: mi memoria es frágil. Recuerdo mi vida en pequeños trozos, con muchos puntos ciegos y pocas certezas. No recuerdo y quiero recordar. No recuerdo y eso me hace a medias. Si mi memoria es frágil hoy, qué será de ella mañana, si no escribo mi historia.
Escribo para entender, porque nadie se detuvo a explicarme cómo funciona el mundo. No me mostraron dónde quedan los lugares, a qué se le dice familia, cómo se cuida un perro ni qué significa amar. Así que relato, mediante un susurro que triunfa sobre el ruido, quién soy y de dónde vengo.
Escribo porque así me aferro a lo que existe: no encuentro una manera más amable de quedarme. A veces adentro mío hace frío, como en las páginas en blanco y en las vidas sin rumbo. Entonces trazo senderos en los que perderme, para luego, volver a encontrarme. Otras veces me sujeto de la convicción absurda del talento y me niego a ser insignificante.
Pero siempre me lanzo a escribir... otra vez.